- Trastorno por déficit de atención con hiperactividad - Wikipedia
Este trastorno, no sé si producto de lo efímera que es la sociedad hoy en día en cuanto a tendencias, está más presente que nunca en los casos de los niños que suelen manifestar unas conductas que, debido a las convenciones sociales, representan un comportamiento anormal.
Nuestra percepción de este trastorno es en forma de conductas consideradas molestas, que no respetan el orden, la organización, ni muchas de las convenciones de formalidad que la sociedad asume y cumple generalmente. ¿Pero entonces, cualquier caso en que un niño manifieste dichas conductas padecerá este trastorno? Pues no. La respuesta nos la da la ciencia al identificarlo como un síndrome conductual con bases neurobiológicas y un fuerte componente genético, es decir, que no todo individuo que manifieste conductas motoras consideradas impulsivas e inquietas, y que su atención se sostenga durante periodos de tiempo considerados breves, ha de tener este síndrome, pues la respuesta nos la dará la medición de su actividad metabólica cerebral entre otros indicadores, o lo que es lo mismo, la ciencia, y no la percepción subjetiva individual.
En 1902 se acordó denominar este trastorno como Déficit en el carácter moral. Al igual que hoy los implicados manifestaban una actividad frenética: lo miraban todo, lo tocaban todo, se suponía que no consideraban las consecuencias de sus actos, se apropiaban de las cosas de otros; además de una falta de atención: no escuchaban, dejaban sin terminar las cosas, etc. Exactamente como hoy en día. Pero algo ha cambiado, o al menos debería haberlo hecho. Si antes, mediante esa etiqueta, recaía la responsabilidad, y culpabilidad, sobre el afectado, hoy deberíamos de ser conscientes de que este trastorno lo hemos creado todos en el mismo momento en que adoptamos como convención social determinados patrones de conducta, donde no entran los de estos individuos, o lo que viene significar, restarle “culpabilidad” al individuo afectado. De eso creo que se trata. Desde luego si las formas sociales imperantes han existido y existen es debido a que nos son útiles a la mayoría de los humanos, representan un engranaje válido y positivo para nuestra sociedad, pero en este caso, hemos de reconocer que para los individuos afectados, más que útil, es un impedimento. Hagámoslo más pequeño entonces.
El hecho de que existan personalidades del calibre de: Leonardo da Vinci, quien empezó más de 60 obras de arte y acabó 16, “¡nunca acababa nada!” deberían de decir los que le observaban; Albert Einstein que era capaz de concentrarse en una cosa pero no era fácil que posteriormente volviera a la realidad, lo que se conoce como "sobre enfoque"; o más recientes como Michael Phelps, ganador de ¡8! Medallas de oros en los últimos juegos olímpicos, a los que se les ha asociado este síndrome, debe darnos luces para ver la realidad. Realidad que, como ya he dicho en otras reflexiones, está creada por y para la mayoría, quizás ser conscientes de esto, sea un primer paso para los profesionales que tengan que tratar casos como éstos.
Existen estudios[1] que sugieren, en este sentido, que comportamientos que hoy en día se consideran inadecuados en las escuelas podrían estar relacionados con conductas que alguna vez ayudaron a los seres humanos a hacer frente a su medio ambiente. De hecho no debemos irnos muy lejos para ver, y constatar, algunos casos de esa evidencia adaptativa, que quizás hace miles de años sirviera en gran medida a los humanos para prosperar a base de cazar más, pero que hoy es censurada por nuestras convenciones en cuanto a comportamiento social.
Vuelvo a repetirme, debemos reflexionar al tratar este trastorno y no cegarnos con la etiqueta médica que ilustra los aspectos deficitarios, si lo hacemos, no sólo no estaremos cumpliendo el propósito educativo, sino que lo estaremos torpedeando al no ser capaces de ver lo mejor de cada niño.
Este mismo proceso reflexivo nos debería llevar, por otra parte, a despojarnos de tabúes innecesarios y molestos a la hora de tratar la intervención de estos individuos, concretamente suelen florecer estos prejuicios y creencias con el asunto de la medicación. Creo que generalmente se invade, basándonos en los prejuicios, el derecho de elección del individuo, el derecho a querer ser diferente. Este tema no es exclusivo de este trastono. Pero me parece injusto que a los mismos que catalogamos de diferentes por salirse de las convenciones sociales en cuanto a algunas conductas formales, le privemos del derecho a decidir sobre su propia persona, sus características particulares y qué hacer con ellas.
El lugar donde veo presente esta privación de la capacidad de decisión es en los tratamientos conductistas que se les suelen aplicar a estos chicos, todo con el fin de normalizar una situación que se escapa de nuestras previsiones.
Nuestra percepción de este trastorno es en forma de conductas consideradas molestas, que no respetan el orden, la organización, ni muchas de las convenciones de formalidad que la sociedad asume y cumple generalmente. ¿Pero entonces, cualquier caso en que un niño manifieste dichas conductas padecerá este trastorno? Pues no. La respuesta nos la da la ciencia al identificarlo como un síndrome conductual con bases neurobiológicas y un fuerte componente genético, es decir, que no todo individuo que manifieste conductas motoras consideradas impulsivas e inquietas, y que su atención se sostenga durante periodos de tiempo considerados breves, ha de tener este síndrome, pues la respuesta nos la dará la medición de su actividad metabólica cerebral entre otros indicadores, o lo que es lo mismo, la ciencia, y no la percepción subjetiva individual.
En 1902 se acordó denominar este trastorno como Déficit en el carácter moral. Al igual que hoy los implicados manifestaban una actividad frenética: lo miraban todo, lo tocaban todo, se suponía que no consideraban las consecuencias de sus actos, se apropiaban de las cosas de otros; además de una falta de atención: no escuchaban, dejaban sin terminar las cosas, etc. Exactamente como hoy en día. Pero algo ha cambiado, o al menos debería haberlo hecho. Si antes, mediante esa etiqueta, recaía la responsabilidad, y culpabilidad, sobre el afectado, hoy deberíamos de ser conscientes de que este trastorno lo hemos creado todos en el mismo momento en que adoptamos como convención social determinados patrones de conducta, donde no entran los de estos individuos, o lo que viene significar, restarle “culpabilidad” al individuo afectado. De eso creo que se trata. Desde luego si las formas sociales imperantes han existido y existen es debido a que nos son útiles a la mayoría de los humanos, representan un engranaje válido y positivo para nuestra sociedad, pero en este caso, hemos de reconocer que para los individuos afectados, más que útil, es un impedimento. Hagámoslo más pequeño entonces.
El hecho de que existan personalidades del calibre de: Leonardo da Vinci, quien empezó más de 60 obras de arte y acabó 16, “¡nunca acababa nada!” deberían de decir los que le observaban; Albert Einstein que era capaz de concentrarse en una cosa pero no era fácil que posteriormente volviera a la realidad, lo que se conoce como "sobre enfoque"; o más recientes como Michael Phelps, ganador de ¡8! Medallas de oros en los últimos juegos olímpicos, a los que se les ha asociado este síndrome, debe darnos luces para ver la realidad. Realidad que, como ya he dicho en otras reflexiones, está creada por y para la mayoría, quizás ser conscientes de esto, sea un primer paso para los profesionales que tengan que tratar casos como éstos.
Existen estudios[1] que sugieren, en este sentido, que comportamientos que hoy en día se consideran inadecuados en las escuelas podrían estar relacionados con conductas que alguna vez ayudaron a los seres humanos a hacer frente a su medio ambiente. De hecho no debemos irnos muy lejos para ver, y constatar, algunos casos de esa evidencia adaptativa, que quizás hace miles de años sirviera en gran medida a los humanos para prosperar a base de cazar más, pero que hoy es censurada por nuestras convenciones en cuanto a comportamiento social.
Vuelvo a repetirme, debemos reflexionar al tratar este trastorno y no cegarnos con la etiqueta médica que ilustra los aspectos deficitarios, si lo hacemos, no sólo no estaremos cumpliendo el propósito educativo, sino que lo estaremos torpedeando al no ser capaces de ver lo mejor de cada niño.
Este mismo proceso reflexivo nos debería llevar, por otra parte, a despojarnos de tabúes innecesarios y molestos a la hora de tratar la intervención de estos individuos, concretamente suelen florecer estos prejuicios y creencias con el asunto de la medicación. Creo que generalmente se invade, basándonos en los prejuicios, el derecho de elección del individuo, el derecho a querer ser diferente. Este tema no es exclusivo de este trastono. Pero me parece injusto que a los mismos que catalogamos de diferentes por salirse de las convenciones sociales en cuanto a algunas conductas formales, le privemos del derecho a decidir sobre su propia persona, sus características particulares y qué hacer con ellas.
El lugar donde veo presente esta privación de la capacidad de decisión es en los tratamientos conductistas que se les suelen aplicar a estos chicos, todo con el fin de normalizar una situación que se escapa de nuestras previsiones.
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[1] Ding YC, et al: "Evidence of positive selection acting at the human dopamine receptor D4 gene locus". Proc Natl Acad Sci U S A. 8 en 2002;99(1):309-14.
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