25/1/10

Cuide su lenguaje, profesor (II)

Siguiendo el hilo de lo que comentaba el otro día sobre la capacidad destructiva del lenguaje mal empleado, me gustaría compartir una nítida disección que hace Daniel Pennac en su más que recomendable obra, o revisión autobiográfica de su etapa como estudiante y zoquete, Mal de Escuela. Unas páginas que contienen los más nítidos retratos que se pueden llegar a atisbar de las mentes de quienes -despectivamente, me atrevo a decir- se les identifica como los que pueden pero no quieren; los que no son tontos pero sí son unos vagos redomados que prefieren amargar a cualquiera de los adultos que les rodea, padres, profesores, abuelos y vecinos, que, con toda su buena voluntad, se empeñan, y se vuelven a empeñan, en que el chico adquiera de una vez por todas el conocimiento; todo ello desde el punto de vista del que antes era considerado un zoquete y ahora un escritor de éxito.

Les dejo con esta instantánea de carácter hiperrealista:

Lo cierto es que una de las acusaciones que con más frecuencia hacen la familia y los profesores al mal alumno es el inevitable "¡Lo haces adrede!". Bien como imputación directa ("¡No me vengas con historia, lo haces adrede!"), o bien como información destinada a un tercero, que el sospechoso habrá captado, digamos, escuchando tras la puerta de sus padres ("¡Te digo que ese mocoso lo hace adrede!"). Cuántas veces oí yo mismo esta acusación y la pronuncié más tarde, con el índice señalando a un alumno o a mi propia hija, cuando aprendía a leer, cuando silabeaba un poco. Hasta el día en que me pregunté qué estaba diciendo.

Lo haces adrede.


En todos los casos contemplados, la estrella de la frase es el adverbio adrede. Despreciando la gramática, se asocia directamente al pronombre , implícito. ¡Tú adrede! El verbo hacer es secundario y el pronombre lo, perfectamente incoloro aquí. Lo importante, lo que suena a oídos del acusado es efectivamente es tú adrede, que hace pensar en el índice extendido.

Tu eres el culpable,
el único culpable,
y voluntariamente culpable, además.
El mensaje es ese.

El "Lo haces adrede" de los adultos forma pareja con el "No lo he hecho adrede" que te sueltan los niños una vez cometida la tontería.
Dicho con vehemencia aunque sin muchas ilusiones, "No lo he hecho adrede" acarrea casi automáticamente una de las siguientes respuestas:
-¡Eso espero!
-¡Pues menos mal!
-¡Faltaría más!
Este diálogo reflejo no es cosa de ayer y todos los adultos del mundo encuentran su respuesta ingeniosa, al menos la primera vez.

En "No lo he hecho adrede", el adverbio adrede pierde algo de su potencia, el verbo hacer no la gana en absoluto, sigue siendo una especie de auxiliar. Y el pronombre lo no deja de ser pura filfa. Lo que el culpable intenta hacer llegar a nuestros oídos, aquí, es el sujeto implícito yo asociado a la negación no.

Al tú adrede del adulto responde el yo no del niño.
Nada de verbo, nada de pronombre, ahí solo está el yo, ese yo acompañado por ese no, que afirma que, en este asunto, no me pretenezco.
-¡Claro que sí, lo has hecho adrede!
-¡No, no lo he hecho adrede!
-¡Tú adrede!
-¡Yo no!

Diálogo de sordos, necesidad de tirar pelotas fuera, de aplazar el desenlace. Nos separamos sin solución y sin ilusiones, convencidos los unos de no ser obedecidos, los otros de no ser comprendidos.


Alguien con quien conviene tener despejados los oídos cuando habla -ahora ya sólo lo hace a través de su obra- es Carl Rogers, psicólogo humanista (como hemos visto en la muy recomendable, e inexplicablemente despoblada, asignatura de Acción Tutorial), e impulsor de lo que se da en llamar la "aceptación incondicional". Una habilidad -algo más que una simple técnica- que consiste en separar a la persona de sus argumentos, en ser tierno con él, pero duro con lo que dice. Sólo de esta manera se estará en disposición de respetar, en cualquier caso, la dignidad de la persona que tienes en frente, aunque sea ese mocoso para el que ya no tienes más soluciones. Conviene, para ello ponerse en lugar del otro, animarle a expresarse con libertad e interesarse en sus puntos de vista y sentimientos. Tres pequeñas técnicas que debería tener tatuadas en el antebrazo, para que las pudiera ver con claridad cuando señala con el índice, cualquier profesional de la educación formal obligatoria, aunque, si no queremos llegar a tal extremo, también sería una buena iniciativa hacer una profunda lectura del anterior manual de instrucciones del zoquete, estupendamente escrito por uno de ellos.

1 comentarios :

Gloria Nogueiras Redondo dijo...

Qué descubrimiento lo de la"aceptación incondicional" y... qué complejo a la vez!

"Separar a la persona de sus argumentos" ("ser tierno con él, pero duro con lo que dice")...

Pienso en algunas de las interacciones que tengo, fundamentalmente en aquellas que suponen un choche algo "violento" de puntos de vista y... me doy cuenta de lo difícil que me es separar a la persona de lo que dice, me doy cuenta de que a menudo atacamos (o "ataco", de nuevo el plural "de cortesía" como en algún sitio escribía Paloma...)a la otra persona sin ninguna contemplación, pasando de razonar y responder con lógica a lo que para nosotros carece de sentido mediante sólidos argumentos para utilizar la sencilla (y triste) estrategia de "derrumbar" al "adversario" mediante alusiones a temas colaterales que en ningún caso son pertinentes en la situación en curso.
*¿No es eso lo que hacen los políticos? oh, dios mío! :p

Tiempo de reflexión...

No os asustéis, eso nunca lo he hecho con los niños y niñas con los que he trabajado, jaja, aludía concretamente a ciertas rencillas sin sentido con mi hermana.

Un abrazo.