9/5/10

Los chicos de HH.SS.

El último viernes de abril asistí, junto a una curiosa mezcolanza de profesores y compañeros, unos de ambientes académicos y otros virtuales -cada vez me es más difícil diferenciarlos; los ambientes, digo- a la representación de la obra de teatro que dirige y en la que actúa José María Pou, Los chicos de Historia, una obra escrita por Alan Bennett.



Es una obra riquísima, tanto por su contenido como por su puesta en escena. Si no lo fuera, y teniendo en cuenta su duración, no estaría aquí escribiendo sobre ella, o al menos no de tan buen humor. En primer lugar, para alguien que apenas ha tenido contacto con eventos teatrales, como yo, y que siente una pasión sin medida por el cine -un arte que no sé si está más cerca de lo plástico o de lo escénico- una obra de teatro sobre la que tan bien nos había hablado nuestra incitadora, Carmen, era una oportunidad para encontrar y contrastar los matices que diferencian a ambas manifestaciones artísticas. Y, ahí, me sorprendí a mi mismo, y lo sigo haciendo cada vez que recuerdo algún momento de la obra; porque, a diferencia del cine, creo que el teatro lo componen momentos y no fragmentos. Instantes mágicos que desprenden vida, que están frente a ti y que incluso puedes llegar a pensar que se dirigen a ti, y eso no es lo mismo que sentarse frente a una pantalla enorme donde se proyectan imágenes en movimiento. Quizás tenga ello algo que ver con la extraña sensación que me acompañaba al abandonar la Sala Roja del Teatro del Canal: una especie de lástima y añoranza prematura por lo que acababa de ver y aplaudir durante un largo rato. Sabes que no lo verás otra vez a no ser que vuelvas a pasar por caja, algo que con el cine es distinto, y quizás también un motivo inconsciente para vivenciar los momentos y los fragmentos, aún siendo inauditos, de manera diferente. Pero, ¿qué sucedería con un segundo visionado? La buenas películas siempre salen ganando, y más aún con un tercero y con los posteriores, y más aún si hay tiempo mediante; con el teatro esperaré para comprobarlo.

Otro objeto de mi atención, y de mi asombro y disfrute, fue el dinamismo de los actores; su plasticidad en los momentos cómicos, cuando intencionadamente buscaban sacar unas carcajadas a los espectadores con una contestación o un movimiento ingenioso, o también bobo; ahí, la obra esperaba "pacientemente" a que acabáramos de reír; entonces podían seguir. Esto me hace valorar, aún más si cabe, la perfección con que Billy Wilder creaba sus comedias, la mejores que se pueden ver aún hoy, y me temo -o quizás no- que también mañana. ¿Cómo calcular el tiempo que un actor tenía que esperar para contestar al otro, quien había provocado previamente la risa del público? ¿Cómo idearlo en un idioma que no es el propio, calcularlo, grabarlo en celuloide, proyectarlo en cualquier pantalla del mundo y que funcione, y que lo siga haciendo 30 y 40 años después?. Sólo un genio puede contestar, y las comedias de Wilder son un testimonio de ello. Aclaro sobre lo anterior que sus películas, de las que es co-guionista, están producidas en Hollywood, donde emigró desde Austria con 28 años. Aclaro también, para hacer justicia, que contó con el mejor maestro posible, al menos atendiendo al resultado de lo que dirigía, Ernst Lubitsch y su famoso toque.

Aterrizando sobre el contenido de la obra, nos encontramos a un grupo de ocho estudiantes en su último año académico en una escuela inglesa, justo antes de las pruebas de ingreso para alguna de las prestigiosas universidades como Oxford o Cambridge. ¿Es éste el curso preparatorio, pues? Eso es lo que dice cualquier sinopsis que se pueda encontrar por internet, aunque yo no lo tengo tan claro. Pero, ¿desde cuando la educación ha de estar al servicio de la evaluación? ¿Se educa, pues, para superar una prueba determinada en un momento determinado con unos indicadores determinados y ante un público determinado? ¿Es más importante, por consiguiente, el proceso evaluativo -y en este caso selectivo- que el que quedaría encuadrado dentro de él, el educativo?

No son estas las cuestiones que me han motivado a escribir sobre la obra, pero, de alguna manera, me sirven para llegar a las otras, a las que me removieron por dentro mientras estaba disfrutándola, las que me acompañaron cuando abandoné el teatro, las que surgieron con una asombrosa y perturbadora pertinencia dada la etapa en la que estamos en la asignatura de HH.SS. las misma, en definitiva, que yo veía encarnadas en los dos docentes principales de la obra: el veterano Héctor y el joven Irwin. Añado, que son las que me han motivado a escribir porque, precisamente, son las que tengo sin resolver y sin atisbo de ello siquiera.

Héctor, un profesor cerca de la jubilación (¿por qué los buenos profesores han de jubilarse? ¿lo hacen los escritores? ¿acaso los arquitectos? ¿no es la educación un arte?), una persona enamorada de la cultura literaria, cinematrográfica, musical y cuantas alimentan el espíritu humano, que trata de servirse de ellas para educar a sus alumnos; aunque sea durante el curso previo al examen de acceso a Oxford; aunque eso que les enseña no entre en dicha prueba. Sus clases son imprevisibles, enfocadas al cultivo por un amor a las obras de los más grandes autores: párrafos memorizados, escenas representadas y piezas tocadas (ejem), las conforman. "¿Pero luego se examinarán de ellas, no? porque entonces... ¿para qué sirve eso?" Pues no, querido lector pragmático, y es que, aunque pueda parecer mentira o una perdida de tiempo, las enseñanzas de Hector sólo se pueden medir de una manera muy difícil: observando el transcurrir del tiempo y no distorsionando la realidad, mientras se trata de dar la sensación de lo contrario, mediante pruebas estandarizadas y predefinidas. Las pruebas son más complejas; son las que va proporcionando el propio desarrollo vital. El aprendizaje no es dado, sino construido por el alumno.

Las risas abundaban en las clases de Héctor, no como en las del joven y formal Irwin. El personaje que más me perturbó o, mejor dicho, la relación que éste crea -o que yo le creé- con Héctor. Tan perturbadora como su forma de leer la historia, materia de la que ambos eran profesores; coger los hechos comúnmente aceptados y contarlos desde un punto de vista novedoso y rompedor, impactante, en definitiva, que encuentre el mejor resultado posible ante el ojo avizor del que evalúa. Salirse del camino es una buena forma de ser visto por los que circulan por él, aunque se corre el riesgo de perderle(s) la pista.

La disposición de la obra facilita que el espectador vea y entienda a uno como antagónico al otro; Héctor ve en la educación un fin e Irwin un medio. Para uno, pues, la evaluación formal carecería de sentido, mientras que para el otro ese sería el verdadero momento donde demostrar la valía de uno mismos. A pesar de ello, en un momento dado de la obra, cuando por circunstancias se ven obligados a compartir la docencia sobre el grupo de ocho estudiantes, ambos se quedan mudos, les cuesta ser ellos mismo. Hector no ve la cabida de sus formas dentro de un ambiente estructurado e Irwin parece tener miedo a intervenir, pues sus poco ortodoxas enseñanzas pueden asustar, incluso a Héctor. Representan extremos, pero creo que no necesariamente incompatibles.

Quizás, en algún lugar de la excentricidad donde cada se mueve se pueda encontrar el punto que les conecta. ¿Por qué no se les ocurrió desarrollar un programa de habilidades sociales contrarreloj? Desde luego, ambos eran poco ortodoxos, en eso estaban de acuerdo, pero, ¿dejaban de contradecirse también en algo más concreto; algo que les permitiera unirse, pues? Creo que el desapego por la evaluación de Héctor, podría encontrar cabida en las radicales formas de Irwin si este no estuviera sometido al necesario visto bueno de alguien que no es él, si se bajara del coche rojo deportivo de la motivación de posicionamiento.

Recuerdo que Alejandro, nuestro profesor y observador de lujo durante estas últimas sesiones en que estamos desarrollando un programa de habilidades sociales, nos habló de cierto motín que tuvo lugar en un curso que se impartió en alguna localidad de Guadalajara. Un curso experiencial, alejado de la ortodoxia, procurador de resultados a largo plazo y que conoció un motín, ¿se puede pedir un proceso mejor?.

3 comentarios :

x dijo...

Hola:

Yo, tu querida lectora, así me siento tras tus letras que recalcan esta emoción.

Al igual que las palabras que usas, también se sentirán (me atrevo a temer ), estimadas.

Qué bueno, estos espacios neutros, informales y gestionados con tanto encanto e ilusión.

Lo de virtual y no virtual, se fusiona tarde o temprano...ya que tenemos la suerte de vernos a menudo.

Se va transformando o eso pienso yo, armoniosamente, de forma fluida interconexionada y graciosa.
QUÉ BONITO PODER VIVIR OTRA IDENTIDAD, e ir la acrisolando.

Te leeré con más tiempo, para opinar con más base teatral al respecto.

De la evaluación, te pongo aquí un enlace de unos videos de Leonor, que me encantó ver este finde.

http://tv.uvigo.es/gl/serial/495.html

29 de Maio de 2009
x Redes Sociales:

Enlace:
Embed: "A avaliación formativa: un desafío para o ensino universitario"
Vídeo | Castellano (69' 52'') | Visto: 128 veces


D.ª Leonor Margalef García
Profesora, Universidade de Alcalá
Presenta: Sr. D. Pedro Membiela
Vicerreitor de Formación e Innovación Educativa, Universidade de Vigo


Un abrazo mi querido escritor

David Herrero dijo...

Carmenchu,

que bueno y pertinente es el enlace que presentas sobre nuestra, también querida, profesora y ahora vicerrectora, Leonor. Por varios motivos: asistió a la obra de teatro que, me consta, le gustó mucho; la forma sosegada de articular su discurso y el contenido de este mismo, siempre atisbando el compromiso para con la posibilidad de cambio, mejora y regeneración

Gracias por rescatarlo, estimada lectora.

x dijo...

Hola David:

Ya estoy de vuelta, lo prometido es deuda.Te traje esto:

Ni siquiera cuando se ofrece un ramo designado como “psicología” se trata en realidad de una disciplina de autoconocimiento, sino más bien de la exposición de teorías varias de los conductistas, de la psicología dinámica, el constructivismo y otras escuelas; pero no una psicología viva que ayude a los alumnos a enfrentarse con su realidad.

Y sin embargo, es posible incorporar el autoconocimiento al currículum: reeducación interpersonal, ejercicios terapéuticos interpersonales, teatro, vida en comunidad y trabajo psicocorporal.

Oscar Ichazo.

Un beso