¿No le sucede a usted, lector, que se mimetiza con los libros que lee a lo largo del tiempo que los está leyendo? Me refiero a contagiarse de su tono, de su ritmo, de su ánimo, de los procesos psicológicos que pone en funcionamiento su personaje. Y me refiero, también, a novelas, no a libros como el que tengo aquí a mi lado, mientras escribo esto, "Using Software in Qualitity Research". ¡Puf! Quizás la pregunta no sería la anterior, sino: ¿se ha encontrado usted, lector, alguna vez en un libro?, ¿se ha visto a usted mismo -no como se dice hablando de cine, "en pantalla"- sino en las letras, en los renglones, en determinados párrafos, a lo largo de las páginas? Yo, de vez en cuando y de diferentes formas.
Desde hace dos semanas, estoy leyendo Diario de un Cura Rural, de George Bernanos, y el título del libro resulta resumir a la perfección el contenido del mismo, o, más bien, su forma, un diario. Un secreto: " [...] No creo hacer daño a nadie anotando aquí, día a día, con una franqueza absoluta, los más humildes, los más insignificantes secretos de una vida que además no tiene misterio alguno". Éste es el que escribe al tercer día de sus anotaciones. A mi juicio, lo que escribe no es insignificante, y mucho menos su vida deja de tener misterio. Todo lo contrario. Pero el tema que me ha motivado a escribir aquí es otro.
- Claude Laydu dando vida al cura de Ambricourt, en la adaptación de la novela de Bernanos al cinematógrafo, bajo su mismo nombre, a cargo de Robert Bresson -
Más allá del carácter religioso de la obra, más allá de su carácter introspectivo, más allá de las venturas y desventuras que vive, con afición, el joven cura de Ambricourt, -que no es que no me interese todo ello- uno puede fijarse en lo que supone para él esta herramienta, el diario. Se puede apreciar cómo va cambiando su relación con la propia herramienta, y cómo, a la vez que ésto sucede, cambia la relación que mantiene él consigo mismo, es decir, cómo cambia el que escribe.
Lo anterior, junto a otras cosas, puede que haya sido lo que me haya hecho pensar en mi identificación con esta obra y con su triste personaje. Yo también tengo un lugar donde escribir y, aunque no tiene forma de diario, sino de blog, creo que también me ha servido para ir cambiando mi relación conmigo mismo. Y quizás sea por esto por lo que me gusta escribir en el blog, en este blog, y en los de quienes por aquí se acercan. A pesar de que pueda servirnos tanto al cura de Ambricourt como a mí el hecho de escribir para descubrimos a nosotros mismos, quien lea la obra, y un poquito de este blog, verá claramente como lo insignificante es lo segundo y no lo primero. Me refiero al nivel de profundidad de sí mismo que deja depositado en las páginas. Desde luego, si hiciera algo como lo del cura, no lo haría en este blog.
El caso -lejos el dramatismo- es que no escribo aquí tanto como me apetecería. Quizás tampoco antes, pero ahora me he percatado de un porqué. Puede que lo más evidente sea darse cuenta de la poca frecuencia con la que aquí escribo, y puede que ello lleve a pensar -incluso a mí mismo- que escribo poco, o que ya apenas escribo. Y no es eso. Haciendo cuentas a ojo, me he dado cuenta de la dispersión que siguen las palabras que tecleo. ¿Es que no escribo? Sí, pero para tan diversos asuntos y en tan diversos lugares, que siento que apenas lo hago.
2 comentarios :
Hola compañero de desafios,
Quiero contestarte con un juego:
EL JUEGO DE LAS PIEDRAS
Un profesor de filosofía, dando su clase puso sobre la mesa de la sala un frasco de cristal y un montón de piedras del tamaño de un puño. “¿Cuántas piedras caben en el frasco?”, preguntó.
Mientras los alumnos hacían sus conjeturas, fue introduciendo piedras en el frasco hasta llenarlo. Luego preguntó: “¿Está lleno?”. Todos asintieron. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con gravilla, puso parte de ella en el frasco y lo agitó. Las piedrecitas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes. El profesor volvió a preguntar: “¿Está lleno?”. Esta vez, los asistentes dudaron.
“Tal vez no”, dijo uno, y, acto seguido, el profesor extrajo un saquito de arena y la metió dentro del frasco. “¿Y ahora?”, inquirió. “¡No!”, exclamaron sus alumnos, y tomó una taza de agua que empezó a verter dentro del recipiente. Éste aún no rebosaba.
Terminada la demostración, preguntó: “¿Qué acabo de demostrar?”. Uno de los alumnos respondió: “Que no importa lo llena que esté tu agenda; si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas”.
“¡No!”, repuso el experto, y concluyó: “Si no pones las piedras grandes al principio, luego ya no cabrán”.
Yo,ya no escribo en mi espacio y no siento necesidad de ello, porque CREO y emprendo visiones digitales futuras).
Escribir es eso ¿no?=crear palabras, imágenes...(dispersas; concentradas; libres_; comprimidas...(mientras no sean hipertensadas o maquilladas, yo no veo ningún inconveniente en ello )...
¡¡Escribir es un acto de valentía¡¡, como el que has hecho hoy, ¡ y me ha encantado compartir...¡ Este acto ha sido profundo, consciente y buscaba una renovación para seguir siendo consecuente con un proposito de honestidad.
Lo de siempre +++ el mapa no es el territorio+++
Un placer compartir. Kisses
PD:¡¡ Qué guapa se pone la gente cuando se sincera, hay una luz diferente en su rostro y me encanta observar como el cuerpo se va desencartonando, destensando...libernado..
¡Ja!
Yo también noté esa lucecilla que dices, el jueves en la reunión. Pero lo hice atendiendo al reflejo que provocaba en algunos de los rostros de los que allí estábamos.
Yo me sé otra historia. No sé si la contaba un escritor sobre otro escritor, o sobre sí mismo, o si la leí en alguna parte. El caso es que el escritor en cuestión decía que si pasaba una semana sin escribir, lo notaban sus lectores. Si pasaba tres días, lo notaban sus familiares y amigos. Pero si pasaba uno, el que lo notaba era él mismo.
El caso es que hago exactamente lo mismo siempre que escribo. Cuando lo hago aquí, siento que también ordeno pensamientos, o ato cabos, o algo así. Y eso es algo que me gusta :)
Gracias por tu comentario, Carmenchu.
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