11/6/13

La innovación necesita su espacio

Durante el jueves y el viernes de la semana pasada tuvo lugar en el Edificio Multidepartamental del Campus de Guadalajara el séptimo Encuentro de Innovación en Docencia Universitaria, cariñosamente conocido por su acrónimo, EIDU.

Hace cuatro(!) años, en ese mismo escenario, un día oscuro y lluvioso, tuve una de mis primeras experiencias en eso de hablar en público ante un auditorio que no fuera mis compañeros de clase. Fue en una mesa redonda donde participamos estudiantes, profesores y un miembro del Equipo Directivo de la Universidad.

Si lo miro ahora, aquella mesa redonda me parece una perfecta metáfora de lo que es una universidad: personas pertenecientes a diferentes grupos hablando en un clima agradable y en un lugar común sobre asuntos que incumben a todos ellos, con ánimo reflexivo y propósito de mejora, de iluminar, de inspirar a cada uno en su tarea, y en la que es común de todos, hacer y dar sentido a la universidad.

Si sigo mirando, encuentro algo que ya he atisbado otras veces en otros lugares, como talleres, cursos y seminarios relacionados con la docencia universitaria: independientemente de cuál sea el título de ese curso, taller, seminario o encuentro de innovación, las preocupaciones y los temas sobre los que se acaba hablando suelen ser los mismos. Podría parecer que esto da cuenta de cierta indisciplina de los participantes a la hora de abordar la tarea, pero creo que no es así. Diría que, más bien, estos diferentes momentos y espacios se convierten en marcos idóneos desde los que atender a las necesidades y profundizar en las preocupaciones inherentes a la docencia universitaria. Así visto, se entiende que surjan los mismos temas y debates en parte similares a lo largo de estos cursos, talleres, seminarios y encuentros de docencia universitaria, a pesar de que cada uno de ellos sea ideado entorno a una temática particular. De hecho, lo contrario me parecería síntoma de que algo se está haciendo mal, de que el contexto y el discurrir se aleja de la naturalidad propia del compartir experiencias docentes con un ánimo indagador y un espíritu crítico.

Algo en lo que he reparado recientemente -aunque hasta ahora lo haya leído innumerables veces- es el nombre "innovación" dentro del título de este encuentro. Podría ser perfectamente "Encuentro en docencia universitaria", pero en este caso se le añade el nombre "innovación". Innovación en docencia universitaria. En ello, creo atisbar la intención de señalar una dirección, un sentido. Así, no sólo se incluye la docencia universitaria, sino que se reconoce la necesidad de mejorarla, de adaptarla, de encontrar nuevas claves, incluso de reformularla, en definitiva, de hacer algo nuevo, de meramente no yuxtaponer experiencia tras experiencia, curso tras curso, de manera impasible.

Recuerdo vagamente que en la mesa redonda en la que participé hace cuatro años se planteó la cuestión de en qué consiste eso de la innovación docente, qué es innovar, qué hay que hacer para innovar. 

Sentarse como un alumno ante un micrófono y un auditorio, un montón de personas que no están haciendo otra cosa sino estar allí, sentados en sus butacas, algunos con cara de querer escuchar lo próximo que vayas a decir, mientras uno está rodeado de profesores, conocidos y no, y de otros alumnos y compañeros, es algo que puede contener y moderar, e incluso llegar a inhibir, a la hora de decir qué se piensa que es innovar en docencia universitaria. Recuerdo que en mi caso atiné a decir más o menos entre titubeos que innovar no era dejar de hacer una cosa para pasar a hacer otra, sino reflexionar sobre lo que se hace, y, de ahí, ya veremos qué es lo que sale.

Entiendo que alguien volcado exclusivamente y sin reparos hacia lo pragmático, hacia el hacer y hacer y no dejar de hacer, hacia el encasillar rígidamente sus tareas en una planificación horaria, hacia el contemplar dichas tareas como elementos de los que deshacerse de la manera mas pulcra, sin mancharse ni desviarse un ápice de la senda previamente definida, alguien con esa perspectiva, a la hora de plantearse innovar -planteamiento que, a priori, ya supondría un alejamiento de su forma de hacer- espere encontrar respuestas y soluciones ya existentes, ya servidas, listas para reemplazar a lo que ya hace.

En mi opinión, la acertada inclusión del término "innovación" como parte del título de este encuentro nos indica, precisamente, que el cambio ha de producirse en otro lugar, a otro nivel.

Se habla de actitudes, de sensibilidades, de manejo de distinciones, de capacidad de explorar e indagar, de creatividad, de valentía, pero me pregunto a qué suena todo eso en algunos oídos.

Me fue gustoso encontrar la paradoja de participantes en el encuentro que en realidad no participaron. Personas que acudieron a llevar servida su presentación, su experiencia, -recordemos que este año el encuentro giraba entorno al tema de la participación- y que, una vez realizada la tarea, de una manera limpia y pulcra, desaparecieron. Imagino que en algunos casos dicho tipo de participación no pudo ser otra debido a la multitud de menesteres de que se rodean los docentes universitarios, pero también imagino que no serían así todos los casos.

Cuando he escrito el título de este post estaba pensando en Miguel Ángel Santos Guerra y su ponencia, que dio comienzo al encuentro en la mañana del jueves. Este profesor es alguien inspirador, alguien que deliberadamente busca mover a su público fuera de su zona de seguridad, hacer que éstos se replanteen sus creencias y certezas o, al menos, que se percaten de ellas. 

También agradecí escuchar, cuando finalizó la ponencia de Santos Guerra, una voz disonante entre todas las felicitaciones y parabienes que estaba recibiendo. Si buscaba movernos de nuestro asiento, pensé, en este caso le movieron a él, con lo que en ese momento tendría una buena oportunidad de conjugar contenido y forma delante de su público. Sin ánimo de ser literal, recuerdo que Santos Guerra en su contestación vino a decir que convenía que los profesores estuvieran abiertos a la crítica, a escuchar voces disonantes, a reconocer errores en la propia práctica.

La voz de desacuerdo, por su parte, recuerdo que vino a decir que no le parecía bien satirizar y caricaturizar la figura del profesor. Pero, ¿era realmente eso lo que había estado haciendo Santos Guerra? Imagino que la respuesta a esa pregunta depende desde dónde se estuviera escuchando, y no me refiero al espacio físico.
- ¡Mira, son casi las once en punto!
- ¡Guau, las últimas dos horas han pasado volando!
- Espero que la profesora no haya dicho nada importante.
- Imagino que Calvin se refiere a si la profesora ha mandado deberes o si ha dicho cuándo será el próximo examen. -

Me pregunto qué lugar puede haber para la mejora, o la innovación, o cómo lo queramos llamar, si uno cree hacer todo lo suficientemente bien como docente. Quizás, esa suficiencia venga determinada, a su vez, por una limitada visión de la realidad, de los resultados y de los procesos, de lo que es posible.

Aunque tampoco se trata de casarse con ella, conviene dejar lugar para que nazca la duda. La innovación es un proceso que se alimenta de la indagación, de la exploración y también de la búsqueda, de la necesidad de mejora, del custionamiento, de la atención curiosa a la realidad, de la disposición a utilizar los propios recursos y los que a uno le acompañen, y, en definitiva, de probar la realidad. ¿Quiénes más indicados para ello que los profesores universitarios?, me pregunto. La mejora necesita su espacio y para generarlo creo que hay que estar dispuesto a despegarse de las propias verdades, creencias y convicciones, a tomarlas y contemplarlas, a considerarlas, a relacionarlas con otros elementos de la realidad y encontrar a partir de ellas nueva y relevante información.

Las imágenes idealizadas que uno mismo pueda tener sobre su docencia y el aprendizaje de sus alumnos no tienen por qué ser algo a desterrar, ahora bien, si los profesores universitarios se dedican a aportar luz donde hay oscuridad cada uno en su área de conocimiento mediante sus investigaciones, no veo motivo para hacer justo lo contrario respecto a su docencia.

2 comentarios :

Alejandro dijo...

Hola

Hay un tema que me llama la atención sobre lo que escribiste (tanto tú como otros)sobre el Encuentro. La mayoría de los asistentes recuerdan mucho la conferencia de Santos Guerra, y suelen resaltar siempre algo de lo planteado en la misma. La parte de la crítica que mencionas, del profesor del politécnico, también me llamó la atención. Primero porque lo tenía muy cerca. Segundo porque lo conozco bien y tenía interés en escucharle. Tercero, porque creo que coincidía con él más de lo que hubiera admitido públicamente en ese momento. Aunque por diferentes motivos, eso sí. No creo que caricaturizar fuera el término más apropiado para describir la sesión, por supuesto que no. La conferencia fue excelente. Y Miguel Ángel es un excelente orador y domina el arte de contar historias, anécdotas, chistes. Es un buen ejemplo de buen orador que desde luego, entretiene y también, no lo voy a negar, da que pensar. Pero creo que no es un ejemplo de innovación precisamente. Creo que ya es la tercera vez que escucho esta presentación. Y digo esta presentación, porque aunque los temas fueran otros, me parece que el repertorio de historias que utiliza muchas veces suele ser el mismo. Si lo escuchas la primera vez el impacto es uno, si lo escuchas la tercera vez, el impacto es otro. Y es sobre eso sobre lo que yo pensaba mientras le escuchaba. Sobre eso y sobre otros modelos de oradores que conozco, que son capaces de algo más innovador y difícil, desaparecer de la escena, desaparecer como presentadores, pero para que lo central sea aquello de lo que hablan. Que no sean ellos de lo que se habla, ni las historias, ni la presentación, sino las ideas y la forma de dichas ideas. Recuerdo por ejemplo, del Vídeo de Nora Bateson sobre su padre, algunas escenas suyas, que eran francamente diferentes al tipo de presentación que vimos durante el Encuentro. Escuchar un proceso de pensar en vivo y conectar con la audiencia de otra manera, más sosegada aprovechando el sentido del humor inherente a lo que ocurre o se cuenta, es diferente a un proceso de repetir un contenido magistralmente contado (pero probablemente porque ya se ha contado muchas veces). Aunque de nuevo, a cada cual lo suyo...

David Herrero dijo...

¿Para qué cambiar algo que ya funciona, no?

Si son necesarias tres asistencias a una de sus presentaciones para que su impacto se aleje del que se podría esperar de una primera asistencia, pues, en términos de eficiencia, quizás no merezca la pena la inversión de ponerse a innovar en cada una de ellas. Se supone que la mayoría del público en cada caso está asistiendo por primera vez, ja!

Yo también agradecí escuchar esa voz disonante al final. ¿Será porque permitió a Miguel Ángel pensar en vivo y conectar con la audiencia de una manera distinta a la que lo había hecho hasta ese momento mediante la articulación de su respuesta?

Proponerse atender y conectar con el público de una conferencia aprovechando lo que va surgiendo, traer a primer plano el proceso de pensar en directo, puede ser visto por mucha gente como una forma de no llevar suficientemente preparada la presentación. Me refiero tanto a los que hablan como a los que escuchan. Aunque, quizás, en esos procesos de pensar en vivo a los que te refieres, donde el conferenciante llega a pasar a un segundo plano, las distinciones entre el que habla y el que escucha, el que da y el que recibe, y otras por el estilo, no tendrían tanto sentido.

Un saludo