Eric Norden: Si la vida no tiene ningún propósito, ¿crees que vale la pena vivirla?
Stanley Kubrick: Sí, para aquellos de nosotros que de alguna manera logramos sobrellevar nuestra mortalidad. El propio sinsentido de la vida obliga al hombre a crear su propio sentido. Los niños, por supuesto, comienzan la vida con un sentido de asombro inmaculado, una capacidad de experimentar una alegría total ante algo tan simple como el verdor de una hoja; pero, a medida que envejecen, la conciencia de la muerte y la decadencia comienza a influir en su conciencia y erosiona sutilmente su alegría de vivir, su idealismo y su asunción de la inmortalidad. A medida que un niño madura, ve la muerte y el dolor por todas partes a su alrededor, y comienza a perder la fe en la bondad última del hombre. Pero si es razonablemente fuerte, además de afortunado, puede emerger de ese crepúsculo del alma hacia un renacimiento de su ímpetu por la vida. Tanto por conciencia de la falta de sentido de la vida como a pesar de ella, puede crear un nuevo sentido de propósito y afirmación. Puede que no recupere el mismo sentido puro de asombro con el que nació, pero puede dar forma a algo mucho más duradero y sostenible.
El hecho más aterrador del universo no es que sea hostil sino que sea indiferente; pero si podemos llegar a un acuerdo con esta indiferencia y aceptar los desafíos de la vida dentro de los límites de la muerte, nuestra existencia como especie puede tener un significado y una realización genuinos. Por muy grande que sea la oscuridad, debemos proporcionar nuestra propia luz.
- Extracto de la imperdible entrevista realizada por Eric Norden a Stanley Kubrick en 1968 para la revista Playboy.
*
Al ir creciendo, me empecé a sentir incómodo. Tenía que hacer un esfuerzo consciente para "pararme derecho". Pensaba que los adultos eran superiores a los niños y que los problemas que me preocupaban se arreglarían gradualmente. Me perturbaba mucho darme cuenta que si iba a cambiar para mejor, tendría que hacerlo por mi propia cuenta.
Descubrí que tenía serios problemas de lenguaje, peores que los de otras personas. Comencé a comprender que había algo que realmente no funcionaba en mi cuerpo, empecé a considerarme como un lisiado en el uso de mí mismo (tal como un gran violinista tocaría mejor en un violín barato de lo que yo lo haría en un Stradivarius). Mi respiración estaba inhibida, mi voz y mi postura estaban arruinada, algo andaba muy mal con mi imaginación -de hecho, se me estaba dificultando tener ideas. ¿Cómo era posible que hubiese ocurrido esto si el Estado había gastado tanto dinero en educarme?
Las demás personas no parecían percibir mis problemas. A todos mis profesores lo único que les importaba era si yo era un ganador. Quería tener la postura de Gary Cooper, ser seguro y saber cómo devolver la sopa si estaba fría, sin que el camarero se sintiera obligado a escupir en ella. Salí del colegio con una postura peor, una voz peor, con peores movimientos y mucha menos espontaneidad que cuando entré. ¿Era posible que la enseñanza hubiera tenido un efecto negativo?
[...] Intenté resistirme a mi enseñanza, pero acepté la idea de que mi inteligencia era la parte más importante de mí. Trataba de ser inteligente en todo lo que hacía. El daño fue mayor en aquellas áreas donde mis intereses y los del colegio parecían coincidir: la escritura, por ejemplo (escribí y reescribí hasta que perdí toda mi fluidez). Olvidé que la inspiración no es intelectual, que no es necesario ser perfecto. Al final me negaba a hacer intentos por temor a fracasar y mis primeros pensamientos nunca parecían ser suficientemente buenos. Todo debía ser corregido y ordenado.
El hechizo terminó cuando yo tenía veinte años. Vi "Earth" de Dovzhenko, una película que es un libro cerrado para mucha gente, pero que a mí me lanzó a un estado de exaltación y confusión. [...] En un instante supe que valorar a los hombres por su inteligencia es una locura, que los campesinos observando la noche probablemente sienten más que yo, que tal vez el hombre que baila sea superior a mí -atado a las palabras e incapaz de bailar. Desde entonces me di cuenta cuán corruptas son muchas personas de gran inteligencia y comencé a valorar a la gente más bien por sus acciones que por sus pensamientos.
Johnstone, K. (1990). Impro. Cuatrovientos.
*
Bonus track: El universo se expande, una de las memorables secuencias de Annie Hall (1977), de Woody Allen