El siguiente eslabón de la cadena de aprendizaje de esta asignatura lo encontramos en el siguiente texto, escrito por Mariano Fernández Enguita, “Educación, formación y empleo”. Para que lo trabajásemos en grupo la profesora lo acompañó de una serie de interrogantes entorno a los cuales elaborar el conocimiento a partir del propio texto. Así pues, quedó definida la forma en que íbamos a trabajar durante la primera semana de marzo.
La primera cuestión, de las que menciono anteriormente, está referida al cambio tecnológico, o mejor dicho, al aumento de la presencia de la tecnología en todas las actividades humanas y sus efectos, en concreto, sobre la cualificación del trabajo, siendo esta característica la serie de competencias necesarias para el desempeño de un puesto de trabajo. Una “interpretación de sentido común” nos diría que dado que los trabajadores tienen una educación creciente, y los títulos académicos ganan importancia en la selección del personal, quedaría así demostrado que los empleos requerirán también una cualificación creciente, lo que significaría, entre otras cosas, otorgar al sistema educativo la responsabilidad directa del desempleo. El autor rebate este “argumento” de una forma muy inteligente al cuestionar, en primer lugar, si es que los puestos de trabajo se tornan realmente más complejos (algo que se parece asumir, en general, sin necesidad de mayor demostración). Una vez demostrada tal hipótesis se podría pasar a cuestionarse el papel de la escuela en la preparación de los trabajadores para su desempeño, y no al revés. Y aquí es donde influye el aumento de la presencia tecnológica, pues como debatimos en el grupo, y posteriormente nos confirmó la profesora, este fenómeno trae consigo el ocultamiento de gran parte de los procesos que subyacen a un puesto de trabajo, es decir, ahorra información al trabajador reduciéndose, por ende, la necesidad de formación de éste. En definitiva, estamos asistiendo a la descualificación de los puestos de trabajo, aunque a priori nos parezca ver lo contrario.
La segunda cuestión del guión proporcionado por la profesora se refiere a la consecuencia directa de la primera. Una problemática, al parecer, imprevista. Para explicarla he de remitirme al anterior texto, el de Félix Angulo, donde analizaba el proceso de desmantelamiento del estado de bienestar, que se traducía en el panorama educativo en un cambio, el que va del denominado ciclo cuantitativo (expansión de la escolaridad obligatoria) al cualitativo (mayor consideración hacia la calidad de la educación en función de la necesidades del mercado laboral). El problema imprevisto es el resultado de sumar a lo analizado en la primera cuestión las consecuencias de la extensión de la escolaridad obligatoria, esto es, una gran cantidad de personas que, dada la situación, desempeñarán puestos de trabajo de una cualificación que no se corresponde con su formación, siendo la primera menor que la segunda. De esta manera vuelve a hacer acto de presencia una de las ideas del texto de Félix Angulo, la relación entre las demandas del mercado laboral y lo ofertado en cuanto a formación. En el grupo surgió el debate sobre si esta relación debía ser directa y estrecha, o no, creando, en definitiva, más dudas e interrogantes abiertos y sin resolver, (si es que acaso existe “una solución”) y que trataremos cerrarlos próximamente.
La tercera pregunta del guión proporcionado por la profesora se refiera a la información que, según el autor del texto, viene a ser la base de los puestos de trabajo en la actualidad, y de la cualificación de los mismos. En el grupo surgió la idea del cambio que se ha producido en cuanto a los activos de las empresas, pues si antes era la fuerza de los trabajadores, ahora lo es la información. Esto permite un cambio, en busca de una mayor flexibilidad, en la organización de las empresas, produciéndose el fenómeno llamado empresas en red, donde una gran corporación, que es el núcleo de todo y donde el personal interno y estable es el mínimo posible (cuyas funciones serían la gestión de la información), se nutre por medio de contratos con otras empresas más pequeñas de la mano de obra de los trabajadores. Por un lado se produce un enorme aumento de la flexibilidad, pues la empresa madre (el núcleo) en vez de contratar directamente a los trabajadores, lo hace, o mejor dicho se beneficia de su esfuerzo, indirectamente por medio de otras empresas, lo que supone un aumento de la capacidad de decisión y autonomía de la propia empresa madre al no estar atada más que a las funciones básicas que desempeñarían un mínimo de empleados con un alto nivel de formación, y en el caso de que la información manejada llevara a la conclusión de que ya no interesa cierto producto, bastaría con romper un contrato con otra empresa, en vez de uno por cada trabajador del que se está beneficiando, que, en definitiva, es lo que hará esa segunda empresa más pequeña. De esta manera llegamos a la otra cara de la moneda, que si por un lado decíamos que era la flexibilidad mercantil, por el otro será la precariedad laboral, la poca estabilidad y/o duración del puesto de trabajo.
Llegados a este punto creo que la pregunta más pertinente sería qué puede (o qué debe) hacer la educación ante este nuevo panorama de precariedad en auge. Adoptando la perspectiva neoconservadora analizada en el anterior texto la respuesta estaría clara. La educación deberá ser concebida como un instrumento de inserción laboral, como un sistema de clasificación y jerarquización, donde la calidad será medida en función del ajuste de la formación proporcionada con la demanda proveniente mercado de trabajo.
La primera cuestión, de las que menciono anteriormente, está referida al cambio tecnológico, o mejor dicho, al aumento de la presencia de la tecnología en todas las actividades humanas y sus efectos, en concreto, sobre la cualificación del trabajo, siendo esta característica la serie de competencias necesarias para el desempeño de un puesto de trabajo. Una “interpretación de sentido común” nos diría que dado que los trabajadores tienen una educación creciente, y los títulos académicos ganan importancia en la selección del personal, quedaría así demostrado que los empleos requerirán también una cualificación creciente, lo que significaría, entre otras cosas, otorgar al sistema educativo la responsabilidad directa del desempleo. El autor rebate este “argumento” de una forma muy inteligente al cuestionar, en primer lugar, si es que los puestos de trabajo se tornan realmente más complejos (algo que se parece asumir, en general, sin necesidad de mayor demostración). Una vez demostrada tal hipótesis se podría pasar a cuestionarse el papel de la escuela en la preparación de los trabajadores para su desempeño, y no al revés. Y aquí es donde influye el aumento de la presencia tecnológica, pues como debatimos en el grupo, y posteriormente nos confirmó la profesora, este fenómeno trae consigo el ocultamiento de gran parte de los procesos que subyacen a un puesto de trabajo, es decir, ahorra información al trabajador reduciéndose, por ende, la necesidad de formación de éste. En definitiva, estamos asistiendo a la descualificación de los puestos de trabajo, aunque a priori nos parezca ver lo contrario.
La segunda cuestión del guión proporcionado por la profesora se refiere a la consecuencia directa de la primera. Una problemática, al parecer, imprevista. Para explicarla he de remitirme al anterior texto, el de Félix Angulo, donde analizaba el proceso de desmantelamiento del estado de bienestar, que se traducía en el panorama educativo en un cambio, el que va del denominado ciclo cuantitativo (expansión de la escolaridad obligatoria) al cualitativo (mayor consideración hacia la calidad de la educación en función de la necesidades del mercado laboral). El problema imprevisto es el resultado de sumar a lo analizado en la primera cuestión las consecuencias de la extensión de la escolaridad obligatoria, esto es, una gran cantidad de personas que, dada la situación, desempeñarán puestos de trabajo de una cualificación que no se corresponde con su formación, siendo la primera menor que la segunda. De esta manera vuelve a hacer acto de presencia una de las ideas del texto de Félix Angulo, la relación entre las demandas del mercado laboral y lo ofertado en cuanto a formación. En el grupo surgió el debate sobre si esta relación debía ser directa y estrecha, o no, creando, en definitiva, más dudas e interrogantes abiertos y sin resolver, (si es que acaso existe “una solución”) y que trataremos cerrarlos próximamente.
La tercera pregunta del guión proporcionado por la profesora se refiera a la información que, según el autor del texto, viene a ser la base de los puestos de trabajo en la actualidad, y de la cualificación de los mismos. En el grupo surgió la idea del cambio que se ha producido en cuanto a los activos de las empresas, pues si antes era la fuerza de los trabajadores, ahora lo es la información. Esto permite un cambio, en busca de una mayor flexibilidad, en la organización de las empresas, produciéndose el fenómeno llamado empresas en red, donde una gran corporación, que es el núcleo de todo y donde el personal interno y estable es el mínimo posible (cuyas funciones serían la gestión de la información), se nutre por medio de contratos con otras empresas más pequeñas de la mano de obra de los trabajadores. Por un lado se produce un enorme aumento de la flexibilidad, pues la empresa madre (el núcleo) en vez de contratar directamente a los trabajadores, lo hace, o mejor dicho se beneficia de su esfuerzo, indirectamente por medio de otras empresas, lo que supone un aumento de la capacidad de decisión y autonomía de la propia empresa madre al no estar atada más que a las funciones básicas que desempeñarían un mínimo de empleados con un alto nivel de formación, y en el caso de que la información manejada llevara a la conclusión de que ya no interesa cierto producto, bastaría con romper un contrato con otra empresa, en vez de uno por cada trabajador del que se está beneficiando, que, en definitiva, es lo que hará esa segunda empresa más pequeña. De esta manera llegamos a la otra cara de la moneda, que si por un lado decíamos que era la flexibilidad mercantil, por el otro será la precariedad laboral, la poca estabilidad y/o duración del puesto de trabajo.
Llegados a este punto creo que la pregunta más pertinente sería qué puede (o qué debe) hacer la educación ante este nuevo panorama de precariedad en auge. Adoptando la perspectiva neoconservadora analizada en el anterior texto la respuesta estaría clara. La educación deberá ser concebida como un instrumento de inserción laboral, como un sistema de clasificación y jerarquización, donde la calidad será medida en función del ajuste de la formación proporcionada con la demanda proveniente mercado de trabajo.
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