Una vez hemos tenido la posibilidad de construir mentalmente a grandes rasgos el panorama laboral actual, siendo ésto un requisito necesario para poder trabajar las historias de vida, era de esperar que el siguiente eslabón de la cadena, el siguiente texto, nos proporcionara las herramientas conceptuales para poder precisar lo más posible en nuestra investigación, y así ha sido. En concreto, nos viene a proporcionar una serie de modelos de transición laboral tomando como variables de los mismos los procesos de generación de expectativas del individuo y el tiempo en que éste asume objetivos significantes con relación a su situación de autonomía.
Dichos modelos los explicita como resultado de su visión escéptica sobre la serie de relaciones y explicaciones que, me atrevería a decir, son propias de una perspectiva neoliberal y vienen a decir, por ejemplo, que las tasas de desempleo juvenil están determinadas por las deprivaciones formativas o por las rigideces del mercado de la contratación, etc.; es decir, pone en tela de juicio las hipótesis comúnmente aceptadas tales como que una mayor formación se corresponderá con un mejor empleo, que si éste no es encontrado será por un desajuste de la formación del individuo con respecto a lo que el mercado demanda ya que, no lo olvidemos, una de las ideas de fondo del neoliberalismo es que el sistema educativo debería parecerse lo más posible a un dispositivo de inserción profesional, donde el saber sólo tenga sentido en función de las metas.
En mi opinión no es que el sistema educativo debiera ser lo opuesto a lo anteriormente escrito, pero pensar que la educación de los futuros ciudadanos, de los encargados de hacer el mundo mejor de lo que es hoy, deba depender enteramente de los ajustes y desbarajustes del mercado laboral, siendo fiel a una óptica desde la que el verdadero progreso es medido por los ceros (a la derecha) en las cuentas corrientes y por el nivel de basura producido, en cierto modo, me hace perder la fe en la capacidad que se nos presupone a los países desarrollados de progreso, tal como yo lo entiendo, claro, pues a pesar de que la última letra del acrónimo de la organización que pace mostrar más interés en la educación de los europeos haga referencia a la economía, no creo que la educación tenga, o debiera tener, un fin distinto al humanitario.
Así pues, ante lo que el autor considera una deformación de la realidad propone seis “modalidades de transición” atendiendo a las variables antes mencionadas y que vienen a englobar el conjunto de expectativas, decisiones, realidades y logros que determinarán en gran medida cómo será el tránsito que una persona realice desde el ámbito académico al laboral. Sobre dichas modalidades, dado que ya hemos realizado el primer análisis en grupo de una historia de vida, y visto que es ahí donde más explicitaremos las características que componen a cada una, me ahorraré el describirlas en detalle ahora, aunque no mencionar lo que me ha parecido más relevante de ellas para, a su vez, enlazarlo posteriormente con los efectos de la economía actual y las necesidades que se derivan de ella.
En concreto, tres de ellas a partir de la década de los ’60 y ’70, y coincidiendo con el cambio de ciclo, de cuantitativo a cualitativo, que señala Félix Angulo en su texto, y de una manera progresiva, han ido en decadencia y, por ende, las otras tres en aumento. Una característica común a las tres primeras (trayectorias obreras, de adscripción familiar y de éxito precoz) es que el tránsito en sí mismo es sustancialmente diferente de las tres segundas, sobre todo en lo que se refiere al tiempo en que es consumado, siendo en las tres últimas (trayectorias de aproximación sucesiva, de precariedad y de desestructuración) más prolongado.
Lo último, dentro del modelo conceptual que plantea Joaquim Casal, es consecuencia de la nueva realidad, donde lo que verdaderamente ha emergido son una serie de factores tales como la complejidad en la toma de decisiones ante las transiciones, y la regulación del empleo juvenil sobre la base de la precarización y la rotación. Ante las más que posibles consecuencias negativas que acarrearía lo anterior, lo último a lo que alude el autor antes de acabar su texto es a la responsabilidad social y estatal de atajar la emergencia. Aunque me pregunto yo si tal necesidad de actuación social no será sólo vista desde ideologías poco próximas al neoliberalismo.
Para hacer que el lector elabore una idea más fidedigna de la realidad, el autor del texto propone un símil entre las transiciones y la forma de viajar en diferentes medios de transporte, donde las tres transiciones en decadencia actualmente, y propias de otra momento socioeconómico, se asemejarían más a viajar en tren, mientras que las tres que actualmente están en emergencia les pasaría lo mismo pero con un viaje en coche, y pasando por zonas de visibilidad bien limitada debido a la niebla, añadiría yo. Nieblas que representarían a la complejidad creciente de los itinerarios formativos; a los imaginarios profesionales representados por los medios, algo que el momento de auge de las tres trayectorias hoy en decadencia también ocurriría, pero la presencia e influencia de los medios actualmente no es equiparable con la de entonces; y también a la cantidad de información que, consecuencia de lo anterior, se torna abundante y dispersa desde el punto de vista del interesado. Así pues, surge la necesidad de la “orientación para la transición”, en palabras del autor, cuya intención sería proporcionar a los alumnos estrategias y herramientas para poder elaborar trayectorias coherentes y acumulativas, que no fuera tanto un servicio externo como una capacidad (¿competencia?) del alumno. Dicha capacidad y/o competencia encontraría su verdadero campo de pruebas ante la provisionalidad, poca estabilidad y duración del empleo juvenil, ante la precariedad derivada de la desregulación y flexibilización del mercado laboral y la optimización de beneficios y riesgos para los empleadores.
Los dos factores anteriormente nombrados, la complejidad creciente del sistema de estudios, junto a la precarización del empleo juvenil, hacen que los jóvenes que ayudan a aumentan las estadísticas de fracaso escolar y los que ya de por sí están en situaciones sociales de riesgo, sean un blanco fácil para la aparición de trayectorias en bloqueo o desestructuración. Es decir, si por una parte este nuevo panorama puede servir a los jóvenes a llegar a la situación de compaginar estudios universitarios con trabajos precarios pero a la postre beneficiosos tanto para su bolsillo como para su currículum, por otra parte, exactamente los mismos condicionantes, pueden servir de mecanismo de desestructuración para las trayectorias laborales de jóvenes en situaciones de partida no muy favorables, como los situados en zonas suburbanas desfavorecidas socialmente, o los absorbidos por culturas construidas entorno al consumo alienante y la marginalidad, o, mismamente, uno de los jóvenes que se encuadran en ese 30% de alumnos fracasados en el ámbito escolar.
Desde una perspectiva neoliberal donde prime la optimización del gasto en pos de los beneficios económicos no sé cual sería la consideración que se preste a éste último grupo que se podría considerar de riesgo ante el panorama laboral, no sé cuánto más importante es el dinero y el poder que las personas. Pero desde una perspectiva de cohesión social, o de justicia social, como denomina el autor, que no es otra cosa que una perspectiva sencillamente natural, humanitaria, ajustada a la realidad y no artificial, éste grupo de presunto riesgo debería movilizar todos los recursos de un supuesto orientador para, en definitiva, promover en el sujeto la lucidez, la capacidad de acceder y usar racionalmente la información.
Por último quiero expresar una preocupación que me ha suscitado el final del texto de Joaquim Casal, y es que a enfrentar esas dos perspectivas, cada una con unos determinados principios de actuación ante la realidad, me resulta difícil no encajar la tendencia de la educación actual, sobre todo si nos fijamos en la CAM, en la perspectiva de la racionalidad económica. Aunque también sería difícil de imaginar que un gobierno que promueve la privatización de los servicios sociales, la disminución del gasto público y la desregulación del mercado de trabajo, no acabe también por dar su toque de gracia a la educación, y convertirla así en un sistema subyugado a las necesidades del sistema productivo.
Dichos modelos los explicita como resultado de su visión escéptica sobre la serie de relaciones y explicaciones que, me atrevería a decir, son propias de una perspectiva neoliberal y vienen a decir, por ejemplo, que las tasas de desempleo juvenil están determinadas por las deprivaciones formativas o por las rigideces del mercado de la contratación, etc.; es decir, pone en tela de juicio las hipótesis comúnmente aceptadas tales como que una mayor formación se corresponderá con un mejor empleo, que si éste no es encontrado será por un desajuste de la formación del individuo con respecto a lo que el mercado demanda ya que, no lo olvidemos, una de las ideas de fondo del neoliberalismo es que el sistema educativo debería parecerse lo más posible a un dispositivo de inserción profesional, donde el saber sólo tenga sentido en función de las metas.
En mi opinión no es que el sistema educativo debiera ser lo opuesto a lo anteriormente escrito, pero pensar que la educación de los futuros ciudadanos, de los encargados de hacer el mundo mejor de lo que es hoy, deba depender enteramente de los ajustes y desbarajustes del mercado laboral, siendo fiel a una óptica desde la que el verdadero progreso es medido por los ceros (a la derecha) en las cuentas corrientes y por el nivel de basura producido, en cierto modo, me hace perder la fe en la capacidad que se nos presupone a los países desarrollados de progreso, tal como yo lo entiendo, claro, pues a pesar de que la última letra del acrónimo de la organización que pace mostrar más interés en la educación de los europeos haga referencia a la economía, no creo que la educación tenga, o debiera tener, un fin distinto al humanitario.
Así pues, ante lo que el autor considera una deformación de la realidad propone seis “modalidades de transición” atendiendo a las variables antes mencionadas y que vienen a englobar el conjunto de expectativas, decisiones, realidades y logros que determinarán en gran medida cómo será el tránsito que una persona realice desde el ámbito académico al laboral. Sobre dichas modalidades, dado que ya hemos realizado el primer análisis en grupo de una historia de vida, y visto que es ahí donde más explicitaremos las características que componen a cada una, me ahorraré el describirlas en detalle ahora, aunque no mencionar lo que me ha parecido más relevante de ellas para, a su vez, enlazarlo posteriormente con los efectos de la economía actual y las necesidades que se derivan de ella.
En concreto, tres de ellas a partir de la década de los ’60 y ’70, y coincidiendo con el cambio de ciclo, de cuantitativo a cualitativo, que señala Félix Angulo en su texto, y de una manera progresiva, han ido en decadencia y, por ende, las otras tres en aumento. Una característica común a las tres primeras (trayectorias obreras, de adscripción familiar y de éxito precoz) es que el tránsito en sí mismo es sustancialmente diferente de las tres segundas, sobre todo en lo que se refiere al tiempo en que es consumado, siendo en las tres últimas (trayectorias de aproximación sucesiva, de precariedad y de desestructuración) más prolongado.
Lo último, dentro del modelo conceptual que plantea Joaquim Casal, es consecuencia de la nueva realidad, donde lo que verdaderamente ha emergido son una serie de factores tales como la complejidad en la toma de decisiones ante las transiciones, y la regulación del empleo juvenil sobre la base de la precarización y la rotación. Ante las más que posibles consecuencias negativas que acarrearía lo anterior, lo último a lo que alude el autor antes de acabar su texto es a la responsabilidad social y estatal de atajar la emergencia. Aunque me pregunto yo si tal necesidad de actuación social no será sólo vista desde ideologías poco próximas al neoliberalismo.
Para hacer que el lector elabore una idea más fidedigna de la realidad, el autor del texto propone un símil entre las transiciones y la forma de viajar en diferentes medios de transporte, donde las tres transiciones en decadencia actualmente, y propias de otra momento socioeconómico, se asemejarían más a viajar en tren, mientras que las tres que actualmente están en emergencia les pasaría lo mismo pero con un viaje en coche, y pasando por zonas de visibilidad bien limitada debido a la niebla, añadiría yo. Nieblas que representarían a la complejidad creciente de los itinerarios formativos; a los imaginarios profesionales representados por los medios, algo que el momento de auge de las tres trayectorias hoy en decadencia también ocurriría, pero la presencia e influencia de los medios actualmente no es equiparable con la de entonces; y también a la cantidad de información que, consecuencia de lo anterior, se torna abundante y dispersa desde el punto de vista del interesado. Así pues, surge la necesidad de la “orientación para la transición”, en palabras del autor, cuya intención sería proporcionar a los alumnos estrategias y herramientas para poder elaborar trayectorias coherentes y acumulativas, que no fuera tanto un servicio externo como una capacidad (¿competencia?) del alumno. Dicha capacidad y/o competencia encontraría su verdadero campo de pruebas ante la provisionalidad, poca estabilidad y duración del empleo juvenil, ante la precariedad derivada de la desregulación y flexibilización del mercado laboral y la optimización de beneficios y riesgos para los empleadores.
Los dos factores anteriormente nombrados, la complejidad creciente del sistema de estudios, junto a la precarización del empleo juvenil, hacen que los jóvenes que ayudan a aumentan las estadísticas de fracaso escolar y los que ya de por sí están en situaciones sociales de riesgo, sean un blanco fácil para la aparición de trayectorias en bloqueo o desestructuración. Es decir, si por una parte este nuevo panorama puede servir a los jóvenes a llegar a la situación de compaginar estudios universitarios con trabajos precarios pero a la postre beneficiosos tanto para su bolsillo como para su currículum, por otra parte, exactamente los mismos condicionantes, pueden servir de mecanismo de desestructuración para las trayectorias laborales de jóvenes en situaciones de partida no muy favorables, como los situados en zonas suburbanas desfavorecidas socialmente, o los absorbidos por culturas construidas entorno al consumo alienante y la marginalidad, o, mismamente, uno de los jóvenes que se encuadran en ese 30% de alumnos fracasados en el ámbito escolar.
Desde una perspectiva neoliberal donde prime la optimización del gasto en pos de los beneficios económicos no sé cual sería la consideración que se preste a éste último grupo que se podría considerar de riesgo ante el panorama laboral, no sé cuánto más importante es el dinero y el poder que las personas. Pero desde una perspectiva de cohesión social, o de justicia social, como denomina el autor, que no es otra cosa que una perspectiva sencillamente natural, humanitaria, ajustada a la realidad y no artificial, éste grupo de presunto riesgo debería movilizar todos los recursos de un supuesto orientador para, en definitiva, promover en el sujeto la lucidez, la capacidad de acceder y usar racionalmente la información.
Por último quiero expresar una preocupación que me ha suscitado el final del texto de Joaquim Casal, y es que a enfrentar esas dos perspectivas, cada una con unos determinados principios de actuación ante la realidad, me resulta difícil no encajar la tendencia de la educación actual, sobre todo si nos fijamos en la CAM, en la perspectiva de la racionalidad económica. Aunque también sería difícil de imaginar que un gobierno que promueve la privatización de los servicios sociales, la disminución del gasto público y la desregulación del mercado de trabajo, no acabe también por dar su toque de gracia a la educación, y convertirla así en un sistema subyugado a las necesidades del sistema productivo.
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