17/5/09

Diario de aprendizaje de Pedagogía laboral. Capítulo 12

Texto de André Gorz – el amor al trabajo – dualidad – trabajadores de élite – ética del trabajo – una nueva utopía.

El texto sobre el que trabajamos durante la segunda semana del mes de mayo está escrito por André Gorz, se titula “Una última transformación de la ideología del trabajo” y viene a rescatar una serie de ideas de textos anteriores sobre la nueva organización del mercado de trabajo para acabar hipotetizando, y casi profetizando, cómo repercutirá en los trabajadores y, a la postre, la organización de la sociedad.

Comienza con una máxima “amar al trabajo y adherirse a los fines de la empresa llevará a uno a dar lo mejor de sí” que difícilmente ha podido ser aplicada y llevada a cabo ni por directivas ni trabajadores, al estar aquéllas más preocupadas por controlar a éstos que por el supuesto fin de la organización en sí, que no es otro que asegurar la producción. A través de una explicación que tras varias revisiones aún no tengo la seguridad de entender del todo bien, argumenta cómo las empresas a la larga para reducir costes reducirán efectivos, siendo así imposible la existencia real de unas relaciones de confianza recíproca entre directivos y trabajadores, de reconocimiento a éstos de un poder de autoorganización, de iniciativa y de participación, condiciones básicas para alcanzar la premisa con la que comienzo este párrafo.

Aquí es donde retomamos uno de los conceptos que hemos trabajado en clase, y que recojo en este diario en sesiones anteriores, el de empresa madre, la que para poder asegurar a sus asalariados el empleo de por vida subcontrata una vasta red de empresas periféricas, cuyos servicios y prestaciones no tiene la empresa madre ningún interés en asumir. Esto, indudablemente, tiene hoy día la magnitud que tiene gracias al servicio que prestan para tal efecto las TIC’s.

De esta manera llegamos a la dualización de la sociedad, lo que para unos pocos supone un privilegiado empleo cerca del capital y con cierta capacidad para hacer real la máxima con la que comienza el autor, para otros, la inmensa mayoría, supone la precarización del panorama laboral, al ser contratados por esa vasta red de empresas periféricas. Y cabe señalar también que esto no es un brote de humanismo de los directivos hacia algunos trabajadores, sino una necesidad técnica que de no afrontarse la empresa se encontraría con serios problemas para bajar sus costes y así asegurar la producción. Así pues no encontraríamos con una doble estrategia de flexibilización por parte de las empresas, por un lado el núcleo de empleados estables debe de presentar una flexibilidad funcional, esto es, un amplio abanico de competencias para dar respuesta a puestos altamente cualificados; por otra parte, la mayoría debería de prestarse a la flexibilidad numérica, es decir, ser mano de obra periférica para trabajos menos cualificados. Esa minoría representa al nuevo tipo de trabajador requerido, según el autor, por las llamadas empresas madre, que debe ser capaz de cooperar con iguales, de repartir la tareas autónomamente en función de la situación, de tener sentido de la responsabilidad y de evolucionar paralelamente a como lo hacen las técnicas, entre otras virtudes.

Así pues el autor llega a lo que me parece más interesante del texto, y es tomar lo que llama la “ética del trabajo”, que no es otra cosa que la asunción de valores como el rendimiento, el esfuerzo o el profesionalismo, y contrastarla con la nueva situación, donde el trabajo ya no es la principal fuerza productiva, como bien apuntaba Fernández Enguita, sino la información. Ante este panorama de desconcierto el autor se atreve a señalar a esa nueva élite como los próximos destinatarios de tal ética, pues al resto, a los que han sido tradicionalmente propietarios de ésta, ya les es inservible. Con esta de conclusión, que no concibo otra más abierta posible, creo que toma valor lo que señalaba Joaquim Casal en su texto trabajado en esta asignatura, cuando decía que “las transiciones profesionales de los jóvenes tienen que ver más con la estructura socioeconómica y con el contexto histórico que con los mismos jóvenes”. En definitiva, creo que lo que hace el autor del presente texto es tomar tal hipótesis, pues no me atrevo, aunque su autor lo haga, a llamarla realidad, y la conduce hasta su máxima expresión, para acabar concluyendo con, tal como él dice, un cambio de utopía, hacia la del reparto equitativo de los empleos y de las riquezas producidas. Me cabría señalar, por último, que lo que acabo de escribir puede producir serias lesiones abdominales debidas a la risa, en el caso de que leído por un defensor del neoliberalismo. Que Dios les guarde, que se suele decir.

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