- Mesa redonda de estudiantes. 1er día de las VIII Jornadas de Psicopedagogía de la UAH.
Una vez clausuradas las
Jornadas, ya estoy en disposición de ofrecer a los asistentes a tales, a los lectores habituales de este blog y al resto de hispanohablantes del globo terráqueo, el producto de los exasperantes momentos de preparación de lo que cuento
aquí.
Lo que presento a continuación es, pues, la serie de reflexiones que me ha suscitado relacionar el concepto autoridad, como estudiante de psicopedagogía, con la labor que desempeñaré en un futuro muy lejano como psicopedagogo -pakistaní, para los no enterados- y con la labor legisladora en educación de nuestros políticos.
¿Qué diferencias y similitudes se pueden encontrar entre un político que idea leyes educativas y un psicopedagogo? (obviemos los aspectos económicos y los coches con chofer). La principal similitud que aprecio es que ambos tienen capacidad de incidir en las realidades de los centros educativos, claro está, uno de manera más general y el otro más específica. En cuanto a las diferencias veo que el futuro de uno, el del político, depende de la urna donde deposite los votos la gente; y que el otro, el psicopedagogo, tiene capacidad de acción directa sobre el futuro de otras personas que les queda poco para poder votar.
Más allá del anterior juego de palabras, si es que se le puede llamar así, creo que para las personas preocupadas por la educación, como se supone que son las que asisten a las Jornadas de Psicopedagogía, sería pecar de ingenuidad pensar que los legisladores y políticos -quienes, recordemos, dependen de los votos de los demás- tienen más capacidad de cambio sobre las realidades de los centros de educación formal que un psicopedagogo o cualquier otro profesional de la educación. Quizás se pueda considerar ingenuo pensar así, pero creo que aún lo es más esperar a que otro te solucione tus problemas cotidianos, y más cuando ese otro se juega sus lentejas en otras cuestiones. Somos nosotros los protagonistas de esas realidades; nuestra capacidad de análisis, de crítica y de reflexión sobre la ellas, nuestras herramientas de cambio.
Para ilustrar mi anterior postura hay un ejemplo bastante actual, fresco pero amargo; el intento de pacto educativo que se resolvió de manera
negativa el pasado jueves por los dos partidos políticos mayoritarios. Rescato, para disgusto del lector, las declaraciones de la
secretaria general del PP:
"Los pactos son para cambiar y el PSOE se ha negado a cambiar un modelo que todos sabemos que ha fracasado. Si quieren seguir con lo que hay ahora, no necesitan a nuestro partido"
Ya que estamos, se lo puedo traducir también: "déjame a
mí, que
tú no sabes", algo que también se oye de boca de los alumnos de educación infantil cuando tratan de montar un puzzle.
Los que llevamos ya algunos años formándonos en el ámbito educativo hemos podido constatar cómo siempre que se echa la vista atrás para mirar a nuestro pasado y antecedentes educativos es para referirse a la tan manida "educación tradicional" (algo muy malo y a evitar, y que yo aún no sé en qué se concreta); pues bien, se podría mirar ahora para encontrar una lección de verdadera madurez política: la
Ley de Bases de 1857 de
Claudio Moyano; una ley que no fue innovadora en su contenido, pues venía a recoger lo esencial que ya se había legislado previamente y necesario, dado el
contexto, para crear un pilar común sobre el que construir y seguir construyendo, pero que sí lo fue, incluso para hoy, atendiendo a las formas. Significó la llave para que un mes después fuera promulgada la
Ley de Instrucción Pública que se mantendrá en vigor más de 100 años. Ese carácter de perdurabilidad y tendencia a la quietud quizás no sea admirable ni deseable, pero, desde luego, el intento de diseñar un marco común para liderar y guiar las aspiraciones de la mayoría, de ambas mayorías, sí es destacable.
Siguiendo el camino de la política -que no el de la madurez- y relacionándolo con la autoridad, llegamos, como habrá podido sospechar el intuitivo lector, al famoso y polémico
Proyecto de Ley de Autoridad del Profesorado, desarrollado por la
Comunidad Autónoma de Madrid y pendiente, creo, de la aprobación definitiva por la Asamblea de Madrid. Algunos de sus rasgos definitorios, a través de los cuales se puede intuir el concepto de autoridad que le subyace, son los siguientes:
- Se contempla como un desarrollo de la LOE, concretamente de su artículo 104.1, donde se dice que las Administraciones educativas están obligadas a velar para que el profesorado reciba el trato, la consideración y el respeto acordes a la importancia social de la tarea encomendada por la sociedad.
- Se considera que la filosofía de las leyes educativas desde la LOGSE ha hecho que la transmisión de contenidos y saberes pase a un segundo plano, adoptando responsabilidades que competen a las familias y descendiendo, así, su valoración social con la consiguiente pérdida de autoridad.
Por lo anterior, y pretendiendo reforzar la figura de los docente madrileños, que son los más chulos, como sus políticos, se adoptan entre otras las siguiente medidas:
- Se reconoce la condición de autoridad pública a los docentes.
- Las faltas cometidas contra ellos tendrán una consideración más grave.
- Se obliga a cada centro educativo a elaborar su normativa de convivencia y a aplicar las medidas disciplinarias en los términos que establece el Decreto de Convivencia Escolar de la Comunidad de Madrid.
- Se otorga la posibilidad a directores y profesores de adoptar medidas provisionales de carácter cautelar.
Orden, disciplina y respeto. Creo que esos son los tres ingredientes de que consta la autoridad para los legisladores educativos de la Comunidad de Madrid. Una duda: ¿a qué modelo, del que todos sabían que había fracasado, se refería Cospedal como justificación para no realizar el pacto educativo propuesto por el ministro Gabilondo?
"Yo no te pido que saques un 10, querido hijo mío, pero como me diga el maestro que te portas mal en clase... cómo dejes en evidencia la educación que se te da en esta santísima casa de Dios..." Aunque no éste, concretamente, sí se pueden escuchar comentarios similares (si la ven en versión original, algo muy recomendado, escucharán lo mismo pero en alemán) en la última lección de cine del maestro
Haneke,
La Cinta Blanca.
¿Qué es para mi, estudiante de psicopedagogía, la autoridad escolar? Lo voy a tratar de explicar mediante un inocente juego. Consiste en imaginar lo siguiente: Un grupo de personas. Un grupo que es tal por criterios ajenos a ellos, es decir, que no han acordado reunirse y pasar las mañanas, o las tardes, juntos de motu propio, sino que son criterios que no han establecido ellos los que dan origen al grupo. Sigan imaginando ahora que uno de los individuos de ese grupo, a diferencia de los demás, tiene capacidad de decisión sobre el resto. ¿Qué hacen, cómo y por qué? son decisiones que él toma, además de la secuencia a seguir, la forma en que el resto demostrará su progreso en esa secuencia o si ese progreso es suficiente, o no, según sus criterios. ¿Quien diría que esa persona no tiene toda la autoridad posible ante el resto de los miembros del grupo? Si a esa persona distinta la llamamos docente, profesor o maestro y al resto los llamamos estudiantes.... me surge una inquietante duda ¿a qué nos referimos cuando hablamos de problemas de autoridad docente?
Creo que se pueden llamar a las cosas por su nombre, lo cual requiere más esfuerzo que poner una engañosa etiqueta a distintas y complejas realidades, así pues podríamos hablar de:
- Necesidades educativas de una sociedad, cambiante cada vez a un ritmo mayor, que no son satisfechas por las instituciones educativas.
- Grupos de alumnos mal organizados y gestionados.
- Profesionales incompetentes, alérgicos a la formación continua y aún más a la autocrítica.
- Falta de recursos, apoyos e inversión.
Por otra parte, también se puede creer los poderes mágicos de proyectos de ley que dentro de poco se harán realidad; que, al menos, si no tienen efectos positivos sobre la realidad educativa, los tengan sobre las urnas.
¿La autoridad, entonces, se
impone o se
construye? No lo sé. Supongo que depende de tu objetivo, de la premura o consistencia con que quieres conseguir éste y de la inconsciencia de quien elige. Pueden ser caminos diferentes que, a pesar de buscar lo mismo, conducen a lugares distintos. Cuál nos conviene más es algo que tenemos que decidir, y para ello me permito presentarles el siguiente extracto de un libro que considero imprescindible para la formación de cualquier docente,
IMPRO de
Keith Johnstone, un libro sobre la improvisación y el teatro; y es que quizás la educación tenga más que ver con esos dos artes de lo que solemos pensar:
[...] La educación tradicional es altamente competitiva, y se supone que los alumnos tienen que tratar de sobrepasarse unos a otros. Si le explico a un grupo que debe trabaja para los demás miembros, que cada individuo debe interesarse en el progreso de los otros, se sorprenden; pero, obviamente, sin un grupo apoya en forma intensa a sus propios miembros, será un mejor grupo con el cual trabajar.
Lo primero que hago cuando me enfrente a un grupo de alumnos nuevos es (probablemente) sentarme en el suelo. Desempeño un status bajo y les explico que si fallan deben culparme a mí. Entonces ríen y se relajan, y les explico que en realidad es obvio que deben culparme a mí, ya que se supone que soy el experto; y que si les doy el material equivocado, fracasarán; y que si les proporciono el material adecuado, tendrán éxito. Físicamente desempeño un status bajo, pero mi status real comienza a subir, ya que sólo una persona muy segura y experimentada podría culpase a sí misma del fracaso. A estas alturas, están prácticamente resbalando de sus sillas, porque no desean estar más arriba que yo. Ya he logrado un cambio profundo en el grupo, porque de pronto el fracaso ya no les atemoriza tanto. Por supuesto, desearán probarme; pero realmente me disculparé ante ellos cuando fracasen, les pediré que sean pacientes conmigo y les explicaré que no soy perfecto. [...]
Lo que me queda claro tas la lectura es que por muy lideresa que seas, no puedes hacer una ley que obligue a los docentes que conocen a un nuevo grupo de alumnos a sentarse en el suelo. La realidad nos ha demostrado que lo contrario, sí.